sábado, 19 de julio de 2014

DESORDEN Y CONCIERTO

El otro día, en mi actividad como Abogado, acudí a una nueva audiencia previa. Para quien no lo sepa, los juicios ordinarios civiles se componen de dos actos: la audiencia previa y el propio juicio. En el primero se debaten cuestiones jurídico procesales y sólo acudimos los profesionales del derecho, no las partes. En el segundo, se practican las pruebas admitidas, como declaraciones testificales, de peritos, y, finalmente, procedemos a realizar las conclusiones o informe final. 

Desde mi punto de vista, con la promulgación de la Lec en el 2001, la audiencia previa supuso el desmembramiento del proceso ( antes no era bueno, pero no se mejoró ), y ello debido a dos factores: Primero, el exceso rigorista y la distancia casi divina entre profesionales ( hablo de letrados y jueces ) que padecemos en nuestro sistema. Y el segundo, los plazos. El proceso en España se ha convertido en una suerte de suplicio por el que el aforismo " alea jacta est" es la metáfora de quien lanza los dados al aire para nunca verlos caer, y la audiencia previa ha multiplicado por dos el tiempo de lastre que sufren los procesos en España.

Entre otras muchas cosas, los dos factores comentados han deteriorado el sistema, de tal manera que, entre los intervinientes, existe una especie de descreimiento y desidia sobre lo que hacen. El corsé de la LEC y del propio sistema, alejan el propio debate jurídico convirtiéndolo en un mero trámite a veces intrascendente, excepto para el justiciable, quien ve como, entre actos, transcurre el tiempo como una losa a sus intereses. 

Pero decía, el otro día asistí a una audiencia previa, diré, en Marbella, por que la publicidad positiva no hay que ahorrarla, en la que no hubo prisas, se rompió el corsé, los tiempos y el orden de la ley. Sin embargo hubo debate, sí, debate jurídico. Se discutió sobre asuntos clave del proceso, de las intenciones de las partes, de sus intereses, de la necesidad de las pruebas. Hubo interrupciones pero profundidad. La juez dejó hacer, y los letrados, compañeros de altura, se mostraron respetuosos, pero también ágiles e incisivos. Precisamente, la primera actuación, la de su señoría, resultó clave a este resultado, y cuyo efecto fue la mejor representación y defensa de nuestros clientes, como así dejar bien encauzado el siguiente acto, el del juicio.

De esta experiencia ha resultado la presente reflexión. Y es que estoy convencido de que nuestro  sistema procesal debe experimentar una profunda reforma que haga de la justicia debate, que conserve las formas pero olvide los formulismos, pues lo que tenemos no responde y aleja a quien, en definitiva, interesa su resultado. 

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